Raro sería que a alguno de nosotros no nos hayan practicado en algún momento de nuestra vida un análisis clínico de sangre (ahora, traducido del inglés, le llaman analítica); y raro es que no recordemos, sin saber lo que son y lo que representan, palabras tales como leucocitos, linfocitos, neutrófilos, etc. Bien, de las cifras que van detrás de esas palabras, el médico obtiene información sobre nuestro estado de salud y sobre su evolución.
Estas palabras, y otras muchas, son nombres con los que se conocen partes de nuestro sistema inmunológico. Nos podremos preguntar: ¿Qué es eso?; la respuesta: el sistema inmunológico es la defensa que de, forma natural, el organismo tiene contra las infecciones, atacando y destruyendo los organismos que lo invaden.
El proceso de defensa se inicia en el momento en el que el organismo detecta la presencia de un “cuerpo extraño” (antígeno). Cómo es natural, los detectores tienen que estar presentes en todo el organismo ya que un virus puede entrar por la boca o la nariz, por ejemplo, mientras que una bacteria puede entrar, a lo mejor, por una herida en un pie, y es por esto que la sangre, que circula por todo el cuerpo, es la encargada de esta defensa inmunitaria.
Cuando se detecta a un antígeno, las primeras células de la sangre que actúan son los macrófagos, células que fagocitan (“devoran”) a los organismos invasores dividiéndolas en pequeños pedazos que, después, expulsan al exterior del propio macrófago, cómo para presentárselos a las células que tiene que “acabar” con ellos. En algunos casos, este ataque es suficiente para eliminar a los “invasores”; en la mayoría, no.
Cuando los macrófagos no pueden detener la infección por sí solos, los “pedazos” de invasor procedentes de su fagocitación presentes en la superficie del macrófago, alertan a otras células de la sangre, los linfocitos T. Estos linfocitos producen unas sustancias conocidas como citoquinas que actúan como señales químicas, atrayendo a más linfocitos T y alertando de la infección a otro tipo de células de defensa, los linfocitos B. Las citoquinas son, en gran medida, las responsables de los procesos inflamatorios que van asociados a cualquier ataque por antígenos.
Los linfocitos B producen unas sustancias que inactivan a los antígenos invasores, son los anticuerpos. Los anticuerpos producidos por los linfocitos B inmovilizan a los antígenos, pero son incapaces de destruirlos. De esta misión se encarga otro tipo de células de la sangre, los linfocitos T y linfocitos K (killer = asesino), y los fagocitos neutrófilos.
Resumiendo lo anterior: los linfocitos B detectan a los invasores y los inmovilizan; los linfocitos T y K, los destruyen, junto a los fagocitos.
El buen funcionamiento del sistema inmunitario puede verse afectado por motivos diferentes. Una mala alimentación, ambiente externo hostil, algunas enfermedades, contaminación ambiental, por ejemplo, afectan debilitando al sistema. En otro sentido, como un estilo de vida saludable y con una alimentación correcta tu puedes ayudar a la lucha contra las infecciones.